5 años no es nada

Nuestro bloguero Juan Novoa nos da su visión sobre el quinto aniversario del 15M

El 15 M ha cumplido su primera fecha redonda. Un día de mayo de 2011, por sorpresa, sin previo aviso, surgió este movimiento maravilloso, complejo, sorprendente. Partiendo del desencanto profundo, se generó ilusión. Los indignados salimos a la calle sin saber muy bien a dónde íbamos ni para qué. Llegamos a la Puerta del Sol y descubrimos que todo aquello que pensábamos no era sólo nuestra propia conclusión, no era una teoría conspiranoica, ni un error provocado por una apreciación equivocada de la realidad. Éramos miles. Y a falta de guión, de órdenes, sin saber muy bien qué paso dar, simplemente, echamos a andar acampando en una plaza.
Cinco años después las cosas no han cambiado demasiado. Ni por fuera ni por dentro. Los que demandan soluciones y exigen rapidez están en su perfecto derecho de decir que no ha pasado nada. Cierto que los que critican ahora son los que no lo entendieron al principio, pero es cierto también que si tu deseo es que el 15 M haya muerto, no tienes más que coger ciertos elementos que no han funcionado bien y ciertas fotografías confusas para atacar lleno de razón todo ese movimiento de perroflautas en paro. Pero están equivocados. Lo intuyen y además, hasta el más opuesto al movimiento sabe que algunas cosas son diferentes. Hoy, casi todos coinciden en que aquello que ocurrió cinco años atrás en la Puerta del Sol, fue el acontecimiento social más importante ocurrido en Europa desde la caída del Muro de Berlín.
5 años después del 15 M se habla de transparencia y de primarias como si ambos conceptos hubieran formado parte del lenguaje político de España desde que Carrillo llevaba peluca. La vivienda, el derecho a la vivienda y la perspectiva social de los desahucios, han cambiado mucho. Ya no es gratis para un banco desahuciar a un moroso, aunque forme parte del derecho civil inamovible que sitúa el interés económico por encima de la situación personal del individuo en cualquier circunstancia.
5 años después la sociedad se ha politizado para lo bueno. La ciudadanía ha comprendido que no se puede pasar de la política, porque la política no pasa de ti. Millones de personas han puesto sus ojos en la letra pequeña de la política, en los tejemanejes municipales, en los ángulos muertos de las legislaciones, en los confusos límites que separan lo moral de lo legal. Ya no cuela lo que colaba hace 5 años. Y si bien es cierto que hay un enorme ruido de fondo que tiende a confundir, en general, incluso para el ciudadano políticamente no activo, las líneas rojas de lo intolerable son ahora mucho más nítidas.
En un lustro, desde que unos cuantos nos echamos a la calle, el panorama de los medios de comunicación ha sufrido un cambio radical. La información se ha parcelado, se hace a la carta. Los grandes periódicos de 2011 ya no son referencia de nada. La noticia está en la red, el acto se convoca por la red, la reacción, hasta la de Mariano Rajoy, está en la red. En este cambio, que tiene muchísimo de tecnológico, la calle ha jugado un papel decisivo. Lejos queda la posibilidad de un gobierno de mentir impunemente. Ahora la mentir oficial no sobrevive ni diez minutos sobre el duro asfalto de la calle cubierta de twits.
Han cambiado los partidos. Podemos es nuevo, Ciudadanos ha salido de su Cataluña natal y ha encontrado su espacio. Las mareas son una realidad: El fruto más interesante y esperanzador del 15 M gobierna en Madrid y en Barcelona. Los viejos partidos han sufrido un colapso. El PP ha perdido 60 diputados en una legislatura, el PSOE ha tocado fondo después de tocar fondo y todo parece indicar que volverá a tocar fondo dentro de un mes. IU ha comenzado su proceso de disolución en PODEMOS. Una demolición ordenada y orgullosa gracias a Alberto Garzón, que ha conseguido dar dignidad al hundimiento. Otros no han tenido tanta suerte. UPyD a nivel nacional o Unió en Cataluña, simplemente han desaparecido.
Al PP, aunque poco, también se le nota un cierto intento de adaptarse a los nuevos tiempos y en 5 años, en sólo 5 años, ya hablan de primarias, dicen luchar contra la corrupción, se han quitado las corbatas y hasta van a bodas gays.

Todo esto, que es mucho, es fruto del 15 M.
Pero no podemos perder la perspectiva. 5 años no es nada. Todavía no estamos preparados para acabar con la presencia anacrónica de la Iglesia Católica en los actos oficiales. Aún no se ha conseguido normalizar el hecho de que las creencias religiosas forman parte de lo íntimo, de lo personal, de lo privado, pero que el estado sólo cree en la Constitución. Todavía hay mayoría de monárquicos que defienden que es normal que haya un ciudadano con prerrogativas por razón de nacimiento. Todavía se confunde lo público con lo privado, el partido con la institución, la judicatura con la política, la libertad de expresión con el enaltecimiento del terrorismo. Aún estamos en una fase en que somos tolerantes con los nuestros y exigentes con los rivales políticos. Tendrán que pasar otros cinco años, o cinco veces cinco años, para que nos indignemos y exijamos responsabilidad al partido al que hemos votado, para desterrar el Y tú más.
Todavía se cree que el endurecimiento de las penas evita los delitos y que la memorización y los deberes son la base de la educación. Aún no se entiende que la conciliación en el trabajo es una inversión en productividad. Impera en muchos círculos el horario interminable y la sumisión casi militar del empleado al jefe. Todavía se duda del reciclado, como se duda del cambio climático y aún se cree que los distintos sectores económicos van a poder volver a crecer al 10% anual por tiempo indefinido. Algunos piensan que España podrá pagar su deuda, que el sistema económico tiene arreglo y que salir de la crisis significa volver a lo que ocurría en 2005.
Seguimos confundiendo los límites territoriales con las vallas y los muros, se sigue creyendo que una frontera aísla de algo. Se sigue pensando que nuestros historiadores son los buenos y los historiadores del país vecino mienten. Seguimos teniendo un absurdo orgullo nacionalista, como si hubiéramos elegido nuestro país de nacimiento y eso diera a nuestra patria una suerte infantil de infalibilidad y perfección. No hemos comprendido aún que todos los himnos tienen las misma letra y que las banderas solo sirven para separar.
Todavía hay sectores que no admiten, o no quieren admitir, que el 100% de los males del tercer mundo son responsabilidad de los países ricos. Sin que eso quiera decir que los ciudadanos españoles o franceses seamos culpables de nada. Simplemente, aún no hemos llegado a comprender que hasta que no construyamos allí algo parecido a lo que tenemos aquí, seguirá habiendo inmigración y seguirá existiendo el hambre. Nos conviene admitir que esa construcción empieza, si, o si, dejando de financiar a los dictadores de izquierda, de derecha o de marte, que gobiernan allá donde nos interesa conservar nuestros intereses económicos.
Aún no ha llegado el momento en el que las grandes empresas renuncien a las energías fósiles y apuesten por las renovables. Todavía están los lobbys del petróleo gastando millones en convencer a la población, y a los gobiernos, de que no hay alternativas al petróleo. Aún se confunden las dictaduras comunistas con las democracias en las que gobierna un partido de izquierda, se confunde Islam con monarquía medieval dictatorial de oriente medio. Aún queda mucho para que algunos hombres dejen de creerse dueños de sus compañeras, para que dejen de confundirse los derechos sociales con actos de cara dura de los que cobran el paro, para que deje de confundirse la tortura animal con la cultura, para que seamos capaces de diferenciar la mala gestión de lo público de la intención de privatizarlo todo.
Hace 5 años se produjo un acontecimiento en la Puerta del Sol que marcó el principio de algo. Conviene no caer en el entusiasmo ni en la melancolía. 5 años no es nada, aunque se haya hecho mucho.