Cuento de invierno en Majadahonda

Maite salió de la cocina. Miró a la calle. Estaba soleado, pero en febrero hay que ponerse el abrigo aunque sea para cruzar la calle.

«Solo queda una zanahoria» pensó mientras echaba mano al bote de gastos. Quedaban unas monedas y un billete de 5 arrugado, de los que van al mercado. No importaba. El agujero grande, el preocupante, estaba en la cuenta corriente.

Salió a la calle y vio a un hombre que observaba el local, con las manos en los bolsillos y aire de estar haciendo tiempo. El hombre le deseó los buenos días y Maite caminó a buen paso hacia la frutería. Unos minutos después, regresó con una bolsa con medio kilo de zanahorias y unas manzanas. El hombre seguía allí, mirando.

Los pucheros del Monje

Los pucheros del Monje

Maite sintió curiosidad, tal vez algo de recelo. Tampoco es que un escaparate de un local de comida a domicilio pudiera ser una atracción, menos aún a esas horas en las que ni siquiera estaban los guisos en el mostrador. El hombre se explicó muy amablemente. Hacía tiempo que había tenido un restaurante, allá en su pueblo, pero la vida pasa y ahora estaba ya retirado. Sin embargo, admitió, aún se quedaba mirando los escaparates de los restaurantes y los locales como aquel, Los Pucheros del Monje, en la plaza del cura de Majadahonda.

Maite le dio las gracias y tuvo ese impulso que a veces nos lleva a contar a un desconocido algo que no se debe decir. Y entonces confesó que a aquel negocio le quedaban, exactamente, cuatro días, porque el sábado, si no ocurría un milagro, echaría definitivamente el cierre. Los Pucheros del Monje se apagarían para siempre. Maite sintió que le faltaban las fuerzas, estaba a punto de echarse a llorar.

Entonces, el desconocido quiso saber a cuanto ascendía esa deuda, porque tal vez él podría ayudarles.

Maite, ademas de excelente cocinera, es una persona con los pies en el suelo y, como es lógico, desconfió. Pero, la verdad, es que tampoco había mucho que perder. Le dijo la cifra: 5000 euros. Y el desconocido sonrió al afirmar que él se encargaba de esa deuda.

Maite debió pensar todo en dos segundos, desde besar a aquel hombre, hasta llamar a la policía. Desde gritar de alegría, a esconderse en el interior del local para escapar de aquel loco. Pero el hombre insistió, hasta el punto que se ofreció a ir a por el dinero en ese instante y entregarselo allí mismo.

Cuando la mujer consiguió templar sus nervios, explicó al generoso desconocido que ella no era la persona indicada para ese trato, para ese regalo, o para esa negociación; y le condujo hasta Carlos, el dueño del negocio, que por entonces andaba tomando café y contando las horas para echar el cierre.

Maite volvió a su cocina y a sus zanahorias, sin dejar de pensar en si aquello sería una broma. Pasada media hora, Carlos, regresó con media sonrisa. El hombre se mantenía en su empeño de entregarle 5000 euros, pero en su banco no disponían en aquel momento de suficiente líquido, así que regresaría con el dinero a última hora de la mañana.

A Maite se le fundieron las esperanzas. Comprendió que esas cosas solo pasan en los cuentos, y que la plaza del cura de Majadahonda no era el escenario de uno de ellos.

La mañana pasó aún mas lentamente que de costumbre. Los guisos fueron saliendo, como cada díá, pero la cocinera dudaba que fueran a saber tan bien como siempre, tal vez porque faltaba algo de alegría a la hora de condimentar.

Pasada la una de la tarde se abrió la puerta y apareció el desconocido, que desde ese momento pasó a llamarse Ángel, aunque su verdadero nombre debe quedar en el secreto. Le contó a Maite que estaba allí, en Majadahonda, porque su mujer había sido ingresada en el Hospital de Puerta de Hierro para una operación, y que todo había salido perfectamente. La intervención, el postoperatorio y la recuperación habían sido un éxito, y aquella misma tarde, Ángel y su esposa regresarían a su pueblo, en el País Vasco. Y, naturalmente, tendió a Carlos un sobre con los 5000 euros prometidos. Sin firmar un recibo, sin esperar nada a cambio. 5000 euros para una buena acción, tal vez en agradecimiento por el final feliz de la enfermedad de su mujer.

Y así acabó el cuento de invierno de Majadahonda, pero llegó el sábado y Los Pucheros del Monje no echó el cierre, y Maite y el resto del equipo, siguió cocinando para ofrecer cada día un menú casero para llevar a casa por 6 euros. En Majadahonda, en la plaza del Cura, donde por increíble que parezca, ocurrió esta historia.

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